La reforma del mercado de trabajo es, sin duda, la reforma estructural más esperada por parte de la mayoría del pueblo. Después de la botifarra que el gobierno ZP hizo de "su reforma laboral", que aumentó en más de un millón el número de parados, el desánimo se instaló en la sociedad española y la desconfianza en la medidas gubernamentales ha sido decisiva en la valoración que los españoles otorgamos a nuestros políticos.
Sin embargo, cierto aire fresco parece llegar con la reforma aprobada en Consejo de Ministros el pasado viernes 10 de Febrero. No me refiero al abaratamiento del despido -indemnización de 33 días por año trabajado sigue estando por encima de la media de Europa- porque nadie contrata a alguien para ser despedido. Estoy pensando en que el Decreto libera a las partes de normas superiores y deja el acuerdo o contrato entre las partes como línea de entendimiento y solución.
Que esta reforma sea la definitiva para crear empleo, es una falacia. Hace falta mucho más para trabajar. Porque la reforma es la del PP y no la que necesita el mercado para empezar a trabajar en cuanto se alcance la mínima confianza. Se perdió tres años, quizás cuatro, en dejar morir el trabajo por exceso de apreturas, de ataduras en contra de la libertad entre dos partes que querían trabajar y producir. Pero el gobierno pienso que ha estado mirando a sindicatos y empresarios a la hora de acometer la reforma. Es como si hubiese hecho el cambio normativo pensando en que son ellos, es decir el poder, el que tiene en su mano la llave de la transformación.
En fin, sin dinero en circulación, sin financiación, pérdida de la confianza en el mercado y las instituciones públicas, esta reforma laboral no será la pica definitiva para que el mercado reaccione antes del tiempo anunciado, un año según el gobierno, dos para las financieras.
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