Aquél incendio ha quedado en la memoria de cuantos vivimos y sufrimos los peligros que acecharon propiedades, enfermedades e ilusiones.El dia 4 de Julio de 1994 hacía viento del oeste. Se posó en nuestra tierra unos dias antes, soplando con fuerza y dando al ambiente humedades por bajo del 10%.
Eran las primeras horas de la tarde cuando una columna de humo despertó el fatalismo en las gentes de poniente, allende los Alhorines, desde Santa Elena hacia Dña. Cristina y desde Galindo hasta El Port y Alianda.
Comenzó el fuego en los aledaños del Cabezo de Tirirán y San Enrique y se extendió rápidamente allá donde el viento hallaba vegetación y pólvora. Encontró la llama buenas chimeneas para tomar fuerza en las cárcavas azules y abismos que descienden desde los Cabezos en forma de barrancos que recogen alumbramientos y pequeños acuíferos del tap que conforman el principal afluente del Clariano: el barranc del Golgorrobio más conocido como barranc de Morera.
Un frente pasó a Gamellons por el Pla de Simes, les Llomes del Cheperud, La Dueña y por el término de Bocairent y Benejama se adentró en la Sierra Mariola.
Las sierras de levante y poniente de la parte alta de la Vall fueron arrasadas, pasando el fuego a los términos de Vallada y Aielo.
Desapareció la asociación vegetal genuina de esta tierra, el llamado bosque Mediterráneo constituido por pinos y carrascas. Se extinguieron pequeñas asociaciones microclimáticas de zonas umbrías y profundas de montes y barrancos constituida por especies vegetales del bosque caducifolio, incluso fueron afectados cultivares lindantes con barrancos y próximos a los pinares de las faldas de la montaña.
Aquél incendio ha quedado en la memoria de cuantos vivimos y sufrimos los peligros que acecharon propiedades, enfermedades e ilusiones.
Se consumió más de 10.000 Ha de bosque Mediterráneo, se incendiaron casas y cultivos, propiedades de particulares éstas, bienes de la comunidad aquéllas. La resignación provocada porque había que limpiar y comenzar de nuevo -una vez más- aplacó la rabia causada por la indiferencia con que las instituciones próximas, Ayuntamiento y Generalitat, se mostraron ante los legítimos derechos de los ciudadanos afectados por la catástrofe. Una ayuda en forma de limosna desde la Generalitat fué la línea que separó por una parte la dignidad de las personas de la ignominia de nuestros administradores, el recato del desposeido al descaro de la opulencia.
Las peticiones de declaración de zona catastrófica para poder cobrar lo que correspondía por los bienes asegurados fueron papel incómodo para el político encargado de gestionar la demanda. Los malparados por el desastre fueron como bufones burlados y abofeteados por tiránicos ediles insensibles al mal ajeno.
Dieciseis años han pasado, pero el incendio del 94 perdura en el recuerdo por su dimensión , y también por la escasez con que nuestro Ayuntamiento gestionó la crisis.
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