...donde cada uno de nosotros encontremos el terreno propicio para desarrollar nuestra libertad no crecerá ni el fundamentalismo religioso, ni el nacionalismo atávicoQué gran alegría he recibido después de leer la noticia en El País sobre Felipe González cuando afirma que "la mejor estructura de estado es la federal". Pues qué lástima que después de tantos años como Presidente del Gobierno y en la secretaría del partido socialista no impulsara esa idea para crear corriente de opinión y avanzar en el conocimiento del federalismo.
El estado de las autonomías está basado o tiene un fuerte componente en la solidaridad interregional o distribución de la riqueza para conseguir más igualdad entre territorios. Con reiteración nos machacan con la igualdad como escusa para subir impuestos y distribuirlos según los criterios que dominan el grupo de políticos que nos mandan, pero con certeza ese no es el progreso que persigan los gobernantes de una región y mucho menos lo es el que persiguen cada uno de sus habitantes.
Así es que la creación de riqueza depende de las iniciativas de las personas que habitan una región, pero también del grado de libertad que el gobierno permite en forma de menos impuestos, pocas normas administrativas, reconocimiento de la propiedad privada sin intromisiones del poder público y cumplimiento de la legislación. En torno a estos conceptos se crea el caldo de cultivo donde atraer dinero, innovadores y trabajadores en busca de estabilidad, inversión y riqueza.
De esta manera y no de otra, los gobiernos regionales recaudan los impuestos de sus ciudadanos y aportan al Gobierno Federal transferencias para mantener el Estado. Si los gobernantes locales quieren prosperidad, riqueza y habitantes que nutran sus arcas están obligados a mantener las condiciones que enriquecen el caldo creado, tienen que competir para que sus ciudadanos mejoren su condición económica y ello se consigue dando más libertad y garantizándola, en lugar de estrangular al contribuyente y restringir sus movimientos con normas contrarias.
Es el federalismo un sistema de seguro progreso, tanto en las leyes que lo sostienen como en la libertad y capacidad de sus ciudadanos, es capaz de aglutinar diversidad de territorios, culturas y sociedades permitiendo que cada cual desarrolle su particular manera de hacer. Pero sobre todo es un sistema competitivo, de lucha por mantenerse y mejorar. Es, por supuesto, distinto y contrario al cómodo y económicamente insoportable Estado del Bienestar.
“Cuanto más viejo soy, menos nacionalista me siento”, ha dicho González, y yo le puedo entender porque el federalismo está basado en la ley, en el derecho. El nacionalismo, sin embargo, es un sentimiento dirigido por un grupo sin otra ley que la impuesta por el grupo o tribu, tribu que aniquila cualquier razonamiento que no valga para ejecutar sus fines. El nacionalismo busca enemigos para alimentar sus objetivos tribales. Es una pulsión iniciática hacia el colectivismo más sentimental que anula al individuo, su raciocinio, su naturaleza y lo convierte en declarado enemigo. La Ley molesta si no está concebida por el gurú del grupo.
El enemigo del nacionalismo es la persona humana y sus derechos inalienables, el conocimiento que atesora, su formación y su independencia. Allá donde cada uno de nosotros encontremos el terreno propicio para desarrollar nuestra libertad no crecerá ni el fundamentalismo religioso, ni el nacionalismo atávico, ni tendrán cabida políticos corruptos ni futuro los tiranos liberticidas, valga el pleonasmo.
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