Queda poco para el cierre. Rajoy perfila su discurso en el despacho de Génova. Si la mayoría es absoluta, entonces su discurso debe ser radical, de dar confianza desde ya a todo el mundo y sobre todo a los españoles. Se ha hecho el silencio. Es el momento de esperar, escuchar y decidir. Sí decidir, esta noche, sin esperar a mañana. El parado recompone su vida saliendo al mercado de trabajo para ofrecerse, ya hablaremos de salario. El trabajador en activo defiende su trabajo con el esfuerzo añadido, con la lucha contra el decaimiento, hace piña con el empresario porque lo que se avecina es cosa de los dos. Aquél que con su iniciativa cree que puede ganar cuatro perrillas, no se lo piensa dos veces, en la calle o en casa. El empresario harto de esperar reune a su equipo y explica que la empresa es cooperación, que del trabajo surge la riqueza y el beneficio con los que dotar incentivos y nuevas inversiones.
Rajoy, mira mis manos, mis muñecas. Sangran por las ataduras. Libérame. Ya basta de imposiciones legales, adelgaza el Estado. El tendero es limpio y pulcro en su trabajo, no más inspecciones. El maestro es de gran ayuda para el futuro, explícalo e incentívalo bajándo impuestos, sabrá agradecerlo. El empresario necesita trabajadores para asegurar el mañana de su empresa, elimina trabas administrativas y facilita el crédito bancario.
Todas estas cosas son las que yo espero que lleguen hoy, mañana lo más tardar. Si llegan, España volverá a bullir en poco tiempo. Pero si el mensaje de Rajoy desde el balcón de Génova es turbio, nos incorporaremos al éxodo que se avecine huyendo quizás de la próxima revolución.
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